lunes, 10 de diciembre de 2012

Capítulo 6.

Sonrió cuando le dije eso.
- Sí, pero también te dije que yo también preguntaría. - contestó.
- Pero tú ya me has preguntado bastante, me toca a mí, ¿no?
- Está bien... Pregunta.
- ¿Cuánto hace que tienes el carnet de la moto? - rió.
- ¿En serio te importa esa tontería? 
- Sí, qué pasa, ¿no lo tienes? - dije de broma.
- Claro que sí, al poco tiempo de cumplir los dieciséis. 
- ¿Y cuánto hace que tienes los dieciséis?
- Cuatro meses.
- Así que... Eres primerizo con el carnet.
- Exacto. Me toca.
- No, yo tengo que preguntarte varias.
- No, hoy es una tú, una yo. Así tiene más gracia.
- Está bien... Pregunta.
- ¿Tienes hermanos o hermanas? - eso me hizo pensar, ya que sinceramente no estaba segura. Yo esperaba con todas mis fuerzas que sí, pero había pasado tanto tiempo ya que no sabía si perder las esperanzas o no.
- Creo que sí. - y ahí decidí contarle casi todo.
- ¿Crees?
- Sí... es una larga historia.
- Tengo tiempo.
- ¿Recuerdas los carteles que vimos cuando me acompañaste a mi casa y tu hermana preguntó por ellos?
- Sí, me acuerdo... ¿Qué pasa? - empezó a preocuparse.
- Ella... Es mi hermana.
Silencio. Y ahora sería cuando vienen los "oh, lo siento" "oh, pobrecita, y ¿estás bien?" "vaya... debe de ser muy duro, ¿no?" y "no te preocupes, todo irá bien" que tanto odiaba que me dijeran por eso.
- Lo sien...
- No lo digas. - le corté. Cierro los ojos y cuando los abro veo su cara de confusión. - Odio que me digan eso, de verdad.
- Ah, vale... Perdona.
- ¡Que no lo digas! - dije riendo.
- Bueno, no te preocupes, seguro que estará bien...
- Eso espero...
Nos quedamos callados un rato.
- Bueno me toca a mí, ¿no? - pregunté.
- Ajá, pregunta.
- Mm... ¿Qué tal los amores? - dije de broma. Empezó a reírse.
- ¿Y esa confianza de repente?
- Hombre, vivo en tu casa, tendré que estar al día por si alguna vez te traes a alguien... - dije divertida.
- Pues... Sinceramente, no soy de esos que se traen a chicas a casa, o de los que llegan tarde por estar con alguien ni nada. No soy muy "enamoradizo". Además, apenas salgo, estoy siempre cuidando a mi hermanita. - eso había sonado realmente tierno.
- Pero... Alguna vez saldrás, ¿no?
- Normalmente mis padres no están aquí, y no puedo dejar a mi hermana sola... Pero de vez en cuando va a casa de sus amigas a dormir y eso es cuando puedo salir, pero tampoco lo hago. Viene mi amigo a casa y pasamos el rato y ya está.
- Vaya... No te gusta mucho salir por lo que veo, ¿no?
- Depende de la compañía, por supuesto. - dijo con una sonrisa. Tenía una sonrisa realmente bonita. - Bueno, me toca preguntar.
- Qué remedio...
- Cuéntame cosas sobre ti, lo que más te gusta hacer.
- Leer, escuchar música...
- ¿Y...?
- Y escribir.
- ¿Escribes?
- Sí.
- ¿Y qué escribes?
- No sé... Nada importante, te lo aseguro. No soy muy buena. Normalmente escribo cosas que me pasan. Luego yo decido si la historia finaliza igual o distinta a la real. Es como fantasear con tu propio destino, como dibujar tu vida a tu gusto.
- ¿Has traído lo que escribes?
- Siempre lo llevo a todas partes, por si acaso. A veces las palabras me vienen solas en el momento y aprovecho y las escribo.
- ¿Y dónde lo tienes?
- Arriba, ¿por qué lo quie... - no me dio tiempo a terminar la frase. Sonrió maliciosamente y fue corriendo a mi habitación. Corrí detrás de él, pero era bastante rápido, vaya. Empezó a mirar pero no sabía lo que era. Aproveché y atrapé rápido la pequeña libretita que estaba tan gastada. Pronto tendría que comprar una nueva.
- Oh, ¡venga ya! - dijo resignado. - Algún día me dejarás leerla, ¿no?
- Jamás.
- ¿Por qué?
- Simple. Porque no.
- A saber qué escribirás tú ahí para que yo no pueda leerlo... - dijo con segundas.
- ¡No seas mal pensado! - le di un golpe en el brazo. Se miró el brazo con la boca abierta, y después me miró a mí, de nuevo con esa sonrisa maliciosa. No tuve tiempo para reaccionar cuando lo tenía literalmente encima haciéndome cosquillas.
- ¡Pagarás por haberme pegado, Miranda!
- ¡Para, para, para! - decía entre risas. - ¡Socorro, para, para! - pero no paraba. No sé cómo lo hice, pero conseguí darme la vuelta y acabar a la inversa. Empecé a hacerle cosquillas yo. - ¿Quién se rie ahora, eh? Esto te enseñará a no cotillear mis cosas. Seguí haciéndole cosquillas un buen rato hasta que empezó a sonar mi móvil desde el salón. Fui hasta allí rápido ya que pensaba que sería algo importante por la hora que era. Descolgué. - ¿Diga? - pregunté yo.
- ¿Es usted Miranda Gómez? - escuché al otro lado del teléfono a un hombre con una voz seria.
- Sí, soy yo. ¿Quién es usted?
- Soy el Agente García de la policía. Hemos intentado comunicarnos con sus padres pero están ilocalizables.
- Ah... Y, ¿qué quería, Agente?
- ¿Podría venir un momento a la comisaría? Hemos encontrado algo y es preciso que venga.
- ¿Ahora?
- Claro, si no, no la llamaría a estas horas, ¿no cree?
- Tiene razón. Bueno, en un rato estoy allí.
- Hasta luego.
No me dio tiempo a responder cuando ya había colgado.
- ¿Quién era? ¿Qué pasa? - preguntó Ben.
- Tengo que ir a la comisaría.
-¿Por qué?
- No lo sé, no me lo han dicho. Mientras hablaba estaba metida en la habitación cambiándome de ropa y él al otro lado de la puerta.
- Te llevaré.
- No.
- ¿Por qué no?
- No es necesario que vengas.
- La comisaría queda lejos de aquí. Abrí la puerta de la habitación y me quedé mirándole.
- Está bien. - contesté mientras me dirigía hasta la entrada. Él iba detrás mía. - Lo que no entiendo es dónde se habrán metido mis padres. Dicen que están ilocalizables. Llegamos a la moto, me tendió un casco y me lo puse. De camino iba pensando, y las esperanzas crecían. Quizás habían encontrado alguna pista para encontrarla. Cuando quise darme cuenta, ya habíamos llegado. Ben no había terminado de apagar la moto cuando yo ya estaba abajo.
- ¡Espérame aquí! - dije. Entré a la comisaría y pude ver como un agente estaba esperando a alguien. - ¿Agente García?
- Miranda Gómez, ¿no?
- Sí.
- Sígueme. Me llevó hasta una sala. Había una mesa enorme y algo encima tapado con una especie de plástico. Ese "algo" tenía forma de persona. Empecé a temerme lo peor. La cara me cambió completamente, poniéndome muy seria. El agente también estaba serio, y otra mujer que había allí dentro también. Yo aún tenía un poco de esperanzas de que no fuese lo que yo pensaba.
- Miranda, sabemos que esto es difícil. Muy difícil. De hecho, no queríamos que vinieras tú por esa razón, pero no conseguimos localizar a tus padres. - dijo la mujer con una voz cálida. Yo estaba totalmente petrificada. - ¿Estás preparada?
- Sí.
Bajó el plástico un poco, lo suficiente para ver esa cara que reconocería en cualquier parte.
Era ella.
Ella, solo que mucho más diferente que la última vez que la vi. Con golpes y sangre en la cara. Algo que hubiese preferido no haber visto.
- La encontramos cerca de donde "perdimos" a tu hermana. La hemos investigado y la agredieron y luego mataron a base de golpes. - dijo la mujer. Cada una de esas palabras me dolió como mil patadas en el pecho.
- ¿Es tu hermana, Miranda? - preguntó el Agente. Yo estaba completamente petrificada, viendo la imagen, cada vez más nublosa por el mareo que me estaba entrando y por las lágrimas que se acumulaban en mis ojos.
- Sí, es ella. - contesté al rato en voz muy baja y con la voz quebrada.
- Lo siento. - dijo la mujer. - Gracias por haber venido a estas horas.
Apenas acabó la frase, yo estaba saliendo por la puerta de esa habitación, y luego de la comisaría. Rápido, huyendo de la realidad. De lo miserable que me sentía. Ahí debería de haber estado yo, no ella. Yo. No sabía donde ir, en frente de la comisaría había un garaje y fui rápido hasta él, dándole golpes y llorando como nunca antes había llorado. Al poco tiempo noté unos brazos rodeándome, intentando separarme del garaje y aguantándome para que me estuviese quieta.
- ¡No, suéltame! - dije mientras seguía llorando. - ¡Déjame! Pero Ben no me soltaba. Al final, caí al suelo de rodillas, pero caí levemente porque él suavizó la caída aguantándome como pudo. Yo seguía llorando. Me estaba quedando sin respiración y me estaba mareando. Ya no podía más.
- Sh, tranquila Miranda, tranquilízate, por favor... Todo va a ir bien...
¿¡Bien!? ¡Cómo iba a ir todo bien! ¡Ella ha muerto, las pocas esperanzas que tenía, se habían desvanecido por completo! Pero yo no tenía fuerzas para hablar, estaba demasiado nerviosa. No paraba de llorar. Así estuve un buen rato, no sé cuándo tiempo pasó, pero Ben no se movió de mi lado.
- Venga, vamos a casa.
- No pienso moverme de aquí.
- Pues me quedaré aquí contigo hasta que tengas ganas de irte.

sábado, 13 de octubre de 2012

Capítulo 5.

- Y... Aquí es. - dijo sonriendo Ben.
Estábamos en frente de una casa, bastante grande, y bastante alejada de la mía. Era perfecto. Sacó unas llaves del bolsillo, y abrió la puerta. Nada más entrar, se escuchaban unos piececitos corriendo hacia la puerta. Clara saltó a los brazos de su hermano, riendo.
- ¡Hola Miranda! - dijo feliz.
- Hola, guapa. - contesté con una sonrisa.
- ¿Qué traes en esa bolsa?
- Miranda va a quedarse aquí unos días, Clara. - apenas le dio tiempo a terminar la frase a Ben cuando la niña sonrió, una de las sonrisas más amplias que he visto nunca.
- ¿De verdad? - preguntó incrédula.
- De verdad. - dije yo.
- ¡Qué guay! - y subió corriendo las escaleras. Reí ante la ilusión de ella, y Ben hizo lo mismo.
- Me encanta tu hermana.
- A mí también. No la cambiaría por nada.
- ¿Estáis los dos solos?
- Sí. - contestó, cuando se le cambió un poco la cara. Entonces me dio miedo preguntar algo más, y creo que él lo notó, ya que sonrió de repente. - No te preocupes, es solo que nuestros padres viajan mucho por el trabajo, prácticamente siempre, y solo vienen de vez en cuando. Pero están bien. - suspiré.
- Uf, menos mal. Ya pensé que había metido la pata. - dije medio riendo.
- No te preocupes. - me cogió de la mano y nos encaminamos a la escaleras. - Ven, voy a enseñarte el que va a ser tu cuarto.
La casa era realmente hermosa, y grande. Muy grande. Al subir las escaleras llegamos a un pasillo, y conforme avanzábamos me iba explicando lo que había a cada lado. La primera a la derecha, era un trastero, con cosas de la limpieza, el de al lado era el cuarto de su hermana - se deducía por el cartelito que había en la puerta con su nombre de colorines. - , el siguiente era su dormitorio. En la parte izquierda, había dos baños, una sala de estar con una tele enorme y un sofá grande también, que me enseñó por dentro, y al lado de esa sala, en frente de la habitación de Ben, era la que iba a ser "mi nuevo cuarto".
- Es la que utilizamos para invitados, y es bastante fea... Pero puedes ponerla como quieras, como si estuvieses en tu casa.
- Vale. ¿Podemos verla ya? - realmente estaba impaciente por verla.
sonrió y abrió la puerta. La habitación era grandecita, por no decir muy grande. Entré y vi la cama de matrimonio que había, con una mesita de noche al lado. Al otro lado de la cama había una puerta, la abrí y era un pequeño vestidor. En frente de la cama había un espejo enorme, y al lado de ese espejo, una mesa con una tele. En ese momento lo único que me pasaba por la cabeza es que tendrían mucho dinero, y que cómo había acabado yo aquí, en esta mansión, porque parecía una mansión.
- Y... Esta habitación es la de invitados, ¿no? - pregunté sonriendo.
- Sí.
- ¿Y cómo es la tuya? Quiero decir... Para ser la de invitados es bastante grande.
- Bueno... en realidad no es la de invitados, es la de mis padres, pero como nunca están, pues la utilizamos para invitados, como te dije antes.
- Ah, eso explica que sea tan grande y bonita.
- Ya te dije que la puedes decorar como quieras, que está bastante "sosa". - sonreí. - Bueno... Te dejo para que coloques tus cosas ya y la cotillees un poco más.
- Gracias por todo, Ben. Apenas me conoces y...
- No hay por qué darlas. - dijo sonriendo, y salió cerrando la puerta tras él.
Empecé a "cotillear" la habitación, como dijo él. Observé que la mesita de noche tenía un par de fotos encima. Una era de un hombre y de una mujer juntos, que supuse que serían sus padres, ya que se parecían bastante. En otra salía Clara, solo que probablemente ahí tuviera unos dos añitos, y en la otra salía Ben, de la mano con su hermana, más o menos igual que la que salía Clara sola.
Me tiré en plancha en la cama. Madre mía, qué cómoda era.

- Miranda... ¿Miranda? Venga, levántate que ya está la cena. - escuchaba la vocecita de Clara como un susurro. Cada vez más fuerte, hasta que abrí los ojos y la vi sentada al lado mía, en la cama. ¿Me había quedado dormida?
- ¿Me he dormido? - dije incorporándome, adormilada todavía.
- Sí, llevas durmiendo toda la tarde, ni si quiera has comido.
- ¿Y por qué no me habéis despertado?
- Porque Ben me dijo que no te despertara, que habías tenido un mal día y necesitabas descansar. - sonreí al escuchar que, de alguna forma, Ben se preocupaba por mí. Hacía mucho tiempo que nadie lo hacía, y me sentía feliz por que después de tanto tiempo alguien lo hiciese. - Pero ya me dijo que algo tendrías que comer en todo el día.
- Vale, ahora bajo. Gracias.
Y después de eso, con esa sonrisa que tiene siempre en la cara, bajó corriendo. Me estiré, había dormido en mala postura, y eso me pasaría factura. Tenía todo el cuerpo agarrotado. Me miré en el espejo, me coloqué bien el pelo y bajé. Me perdía en esa casa, era realmente grande, no sé cómo nunca me di cuenta de que estaba ahí. Al final, encontré el que supuse que era el comedor, y vi en la mesa una caja grande de pizza.
- Buenos días dormilona. O mejor dicho, buenas noches. - dijo Ben riendo.
- Deberíais haberme llamado. El primer día y ya me duermo.
- Necesitabas dormir, ya lo sabes.
- Gracias.
- ¿Te gusta la pizza de jamón y hamburguesa? - preguntó Clara.
- Me encanta.
- Pues menos mal, porque no hay otra. - lo dijo de tal forma, que empecé a reírme.
Comimos la pizza, que ya había comido otras veces de haber estado en esa pizzería, y después llegó el postre. Ben no paraba de decirme que si estaba segura de que no quería más pizza, ya que había comido muy poca. Pero es que no quería, realmente no tenía mucha hambre.
- Bueno, al menos algo de postre querrás.
- No quiero, de verdad. No tengo hambre.
- A ti que no te dé vergüenza de nada, eh. - dijo Clara.
- No me da vergüenza, Clara. - dije medio riendo. - Es que no tengo hambre, de verdad.
- ¿No quieres ni si quiera un helado de chocolate?
- Mm... Otro día tal vez.
- Bueno, pues entonces vemos una peli. ¡Vamos, que la elijo yo! - se levantó de la silla y se fue corriendo al salón.
- ¿Todos los días tiene esa energía? - pregunté.
- Normalmente sí. Menos cuando hace gimnasia en el colegio, que viene cansada. - contestó Ben riendo.
- Me encanta tu hermana, se la ve siempre tan feliz...
- Es una niña, es normal.
- Pues que yo recuerde no era así.
- Pero ella es...
- Especial. - terminé yo.
- Sí, especial.
Le ayudé a recoger la mesa y fuimos al salón. Su hermana ya tenía todo preparado.
- ¡Vamos, que os estoy esperando! - dijo impaciente.
Nos sentamos y puso la peli. No quiso decirnos cual era, porque era "sorpresa". Cuando acabaron los anuncios, vi el título. "Barbie, nosequé nosequé."
Lo que más gracia me hizo fue que, a la media hora de película, Clara se había quedado dormida profundamente, pero no sé por qué Ben y yo seguimos viendo la peli. Cuando acabó, él se levantó y cogió a su hermana para subirla a su cama.
- ¿Tú también vas a dormir ya? - pregunté, flojo para no despertarla.
- No, yo aún no tengo sueño.
Yo apagué la tele, no creo que fuese a ver nada. Al rato bajó.
- ¿Quieres palomitas?
- ¿A las doce de la noche palomitas? - dije riendo.
- Es la mejor hora.
- Vale.
- ¿Con o sin mantequilla?
- Con mantequilla, vamos a engordar un poco.
- Anda que tú estás gorda vamos...
Y desapareció yendo a la cocina. Al poco tiempo podía escuchar el ruido de las palomitas haciéndose. Adoraba ese ruido. Pitó el microondas, y en cero coma apareció él, con un bol grande lleno de palomitas con mantequilla. Se sentó al lado mía.
- Gracias.
Estuvimos un rato en silencio, rato en el que me puse a pensar. Y recordé esa tarde que se acercó y empezó a hablarme del libro, y acabó haciéndome un cuestionario en toda regla. Y me acordé de cómo terminó, con aquel mensaje.
- Oye... - dije - Dijimos que la próxima vez me tocaba preguntar a mí, ¿no?

martes, 9 de octubre de 2012

Capítulo 4.

- ¿Ayudarte? ¿En qué? - preguntó preocupado. - Tardé un buen rato en contestar, bastante. Y es que no sabía qué decir. Estaba tan nerviosa, que no pensaba con claridad. Lloraba tanto, que no podía respirar bien. Y es que en realidad, ¿tenía tanta confianza con él cómo para decirle eso? Solo lo conocía de un día, sí, pero... ¿Acaso tengo otra opción? ¿Tengo otra persona a quién acudir? No. - ¿Sigues ahí?
- Sí... - dije en casi un murmuro. - Necesito que me recojas...
- ¿De dónde? - de ninguna parte. Pensé. No sé dónde estoy.
- No lo sé...
- ¿Cómo que no lo sabes?
- Que no sé... dónde estoy.
- ¿Pero qué ha pasado? - me quedé en silencio, y el supuso que no iba a responder. Ya me había tranquilizado un poco. - Bueno... ¿No sabes dónde estás? Pero, ¿estás en una ciudad, en el campo, o qué?
- En una carretera. - respondí.
- ¿Y hay algo en la carretera que sea localizable? - entonces miré a mi espalda.
- El... - intenté recordar el nombre completo. - "Centro de Educación y Corrección Lady".
- Voy a buscarlo en internet a ver si lo localizo. - me quedé esperando en silencio. Al cabo de un rato, habló. - Lo encontré. ¿Cómo has acabado ahí?
- Ya te... explicaré. - respiré hondo. - ¿Puedes venir a por mí, por favor?
- Mm... Vale, espero no perderme, y tardaré un rato pero... Iré.
- Gracias. - y dicho eso colgué. Le debía la vida.
Espero que no tarde mucho, porque aquí sola me estoy poniendo demasiado nerviosa. Todavía no asimilo que mis padres me hayan abandonado aquí. ¿Cómo han podido? ¿En serio me merezco esto? Yo no quería que pasara todo lo que pasó, solo fue una broma... Sé que fui una irresponsable pero... Vamos, no soy tan mala como para haber querido que pasara... Pasé un buen rato levantándome, andando de un lado a otro, sentándome, hasta que me quedé sentada en silencio. Al rato, escuché una moto viniendo. Se paró en frente.
- Hola. - dijo Ben mientras se quitaba el casco y bajaba de la moto. - ¿He tardado mucho en venir?
- Un poco. - al menos el tiempo que he estado esperando, se me ha hecho eterno.
- ¿Me vas a explicar cómo demonios has acabado aquí en medio sola?
- Más tarde.
- ¿Cuándo?
- Después, joder. - dije irritada. Puso cara triste, y me arrepentí en ese momento de haberlo dicho de esa forma. - Lo siento, ha sido un día malo, perdón.
- No... no te preocupes. - dijo sonriendo. Se quedó mirando la maleta. - ¿Qué hacemos con eso?
Mierda, fallo. ¿Dónde se puede meter una maleta en una moto?
- Buena pregunta... ¿No puedes llevarla delante?
- Es demasiado grande. - dijo.
- No puedo dejarla aquí. Tengo absolutamente toda mi ropa.
- ¿No puedes deshacerte de cosas y meter la que más te guste en una bolsa o algo? - me reí.
- ¿Tú tienes una bolsa?
- Sí. - abrió el asiento. Sacó una bolsa de los supermercados, las que son grandes para reutilizar. - Esta la puedo colgar en el ganchito de delante, pero la maleta no.
Suspiro. Me acuclillo delante de la maleta y la abro. Empiezo a sacar las cosas, la ropa que me suelo poner más, y dejo en el suelo la maleta con ropa más vieja y que no me pongo. Ahí va la mitad de mi armario.
- Ya.
- ¿Llevas todo
- Sí. - entonces pienso, y me acuerdo. - ¡Espera! - me acerco la maleta y abro la cremallera que tiene en la parte de arriba. Cojo el cuadro con la foto y la guardo rápido, para que no la vea. - Ahora sí.
- Pues venga, sube. - me dio un casco y mientras me lo ponía colgó la bolsa en el gancho. - ¿Alguna vez has montado en moto?
- Mm... Alguna que otra vez. - contesté, recordando el antes.
Notaba como daban golpecitos en mi ventana, como si tirasen piedras. entonces la abrí y me asomé. Y allí estaban los dos.
- ¿¡Qué hacéis!? ¡Vais a despertar a mis padres!
- Tía, venga ya, vente con nosotros. - dijo Vero.
- Que ya te dije que no puedo, que me castigaron ayer.
- Anda ya, pues escápate como otras veces. - Me pidió Óscar. Él era de los que mejor me conocía. 
- Vale, voy. ¡Pero esperaros callaros, a ver si se van a despertar! - me retiro de la ventana y me cambio rápido. Cojo dinero y me lo meto en el bolsillo del vaquero corto, bueno, corto no, lo siguiente de corto. - Voy para la puerta, esperadme allí.
Salgo de mi habitación y abro la puerta en silencio, cojo las llaves antes de salir y la cierro igual silenciosa que antes. 
- ¡Libre! - dijimos los tres a la vez, lo que hizo reírnos.
- ¡Vamos, Mir! ¡Que hoy te toca en mi moto! - dijo Óscar. - Venga, Vero, ve saliendo tú.
Esa era la ventaja que tenía juntarme con gente uno o dos años mayor que yo, que podía ir en moto a todos lados. Me monto en la moto, los dos sin cascos, como siempre.
- Vamos allá. - dijo él. - Agárrate, eh. - le hago caso y le rodeo la cintura con mis brazos bastante fuerte. Cuando quise darme cuenta, el sonido del motor de la moto acelerando me estaba dejando sorda. La moto empezó a correr, muchísimo, y a la nada estábamos haciendo el "caballito". 
- ¡¿Te gusta?! - me preguntó, gritando para que le oyese.
- ¡Tú qué crees! - contesté feliz, gritando, eufórica.
Y lo cierto es que me encantaba esa sensación, me sentía libre, sin ataduras. No me importaba que pudiese caerme, en ese momento solo me importaba la sensación de libertad.
- ¿Miranda? - dijo Ben, sacándome de los recuerdos. - Te has quedado embobada un buen rato.
- Lo siento, estaba... pensando. - sonrió.
- Venga, vamos, monta en la moto ya, antes de que te embobes otra vez y se nos haga aquí de noche. - dijo medio riendo.
- Está bien, voy.
Dicho eso me monté, y cuando quise darme cuenta me sentía como aquella noche, de las últimas que monté en moto. Esa sensación que hacia tanto tiempo que no sentía de nuevo. Esa sensación que tanto me gustaba y que tanto añoraba. De repente pegó un frenazo que hizo que me bajara de la nube.
- Agárrate si quieres, por si pego otro frenazo.
Dicho eso, me agarré, rodeando su cintura. No sé cuánto tiempo pasó, pero cuando quise darme cuenta íbamos en dirección a mi casa, y cuando me di cuenta me alteré un poco demasiado, me empecé a poner nerviosa, muy nerviosa.
- ¡Para, para, para! - grité, con lo que frenó en seco, y chirriaron las ruedas.
- ¿Qué pasa?
- ¿Dónde vamos?
- ¿A tu casa? - preguntó, irónico.
- No, a mi casa no.
- ¿Entonces dónde quieres que te lleve? - me quedé pensando, y mirando la calle. Desde ahí me veían por la ventana, demasiado arriesgado.
- Tú llévame a cualquier sitio que no se vea mi casa, ya te explicaré entonces. - me miró con cara rara. - Por favor. - dije suplicándole, suplicándole de verdad.
- Vale. - y arrancó de nuevo la moto.
Me agarré de nuevo a él, y al poco rato paró en el parque dónde me habló por primera vez. Me bajé de la moto y me senté en la sombra del árbol, y le indiqué que se sentara al lado mía. Se sentó, y se quedó en silencio, tiempo que aproveché para pensar cómo explicarle todo, o casi todo.
- ¿Me lo vas a contar? - preguntó, impaciente.
- Sí...
- Pues adelante. - dijo animándome para que hablase.
- Que... No puedo volver a mi casa.
- ¿Por qué?
- Me preguntaste que cómo había llegado allí... ¿no? - asintió. Y yo tragué saliva. - Pues... llegué allí porque mis padres me abandonaron. - su expresión cambió de repente, realmente sorprendido. - Me engañaron para que hiciera las maletas, diciéndome que íbamos a mudarnos, pero en realidad me dejaron allí. Querían internarme en el centro que te dije por teléfono, un correccional. - esperé en silencio, pero se había quedado embobado, como yo antes.
- ¿Por qué querían meterte allí? - dijo de repente, a lo que me quedé en blanco. ¿Y ahora qué le decía?
- Por... cosas del pasado. Yo he cambiado, pero ellos me tienen ese "castigo perpetuo" que te expliqué el otro día.
- ¿Y se pueden sabes esas cosas del pasado? - preguntó inseguro, por no querer preguntar algo que no fuese oportuno. Sonreí, "disimulando".
- Te prometo que algún día te lo contaré todo, pero hoy no... ¿vale?
- Vale, no te preocupes. - se quedó un rato en silencio. - Y...bueno... ¿Dónde tienes pensado quedarte?
- Es que... - se me pusieron los ojos llorosos, y empecé a notar como cayó una lágrima. - No sé dónde ir.... No sé no, es que no tengo dónde ir. Por eso te llamé a ti. Para que me sacaras de allí... Pero ahora ya no sé qué hacer.
- Puedes quedarte en mi casa. - dijo en un impulso, le miré, y me miró con cara de "tal vez eso no debería haberlo dicho". - Quiero decir... sé que no tenemos mucha confianza, pero a mí no me importaría que vinieses.
- ¿De verdad? - pregunté incrédula.
- Sí, de verdad. - sonrió. Otra lágrima cayó, pero esta era de alegría. Me la quitó con la yema de su dedo.
- Muchísimas gracias, en serio. En cuando consiga dinero, un hotel, un alquiler o algo me iré, pero gracias por dejar que me quede unos días.
- No digas tonterías. Puedes quedarte todo el tiempo que quieras, Miranda.
- Gracias, gracias de verdad. - y le di un abrazo, al que él correspondió abrazándome más fuerte aún.

viernes, 21 de septiembre de 2012

Capítulo 3.

Pero yo también te preguntaré. Sigues pareciéndome interesante. Esperaré el "día" para volverte a ver.
Me quedaba mirando un rato el móvil leyendo el mensaje de vez en cuando. Y me salia una sonrisa tonta. No sé por qué, pero me hizo ilusión. Se podría decir que... ¿un amigo nuevo? Guau, eso era nuevo en mi vida desde que pasó lo que pasó. Y tenía ganas de quedar con él, preguntarle yo igual que él hizo conmigo, me sentí realmente como un experimento. Sigues pareciéndome interesante. Y ahora yo me quedé con la duda de saber cómo era él. Bueno, otro día que pase como hoy, que será muchas veces, le llamaré. Al rato de eso escuché la puerta abierta, yo estaba en mi cuarto con la puerta cerrada escuchando música y haciendo algún que otro ejercicio. Al poco tiempo de escuchar la puerta cerrarse, escuché abrirse la de mi cuarto.
- Cariño. - dijo mi madre. ¿Cariño? ¿Desde cuando me llama así?
- ¿Te pasa algo? - contesté yo. Su cara se puso un poco confusa.
- ¿Por qué lo dices hija?
- Me has dicho cariño. Ya nunca me dices eso.
- Es que tengo una buena noticia que darte.
- ¿Cuál?
- Nos vamos de viaje este fin de semana. - dijo con una sonrisa en la cara.
- ¿De viaje? - dije yo.
- Sí, los tres, juntos. Así que mañana por la noche tienes que hacer la maleta, y llévate toda la ropa que tengas.
- ¿Por qué? ¿Cuánto tiempo nos vamos?
- Eso es sorpresa, tú llévate toda la ropa y ya está.
- Ah... Bueno, vale. ¿Y a dónde vamos?
- Sorpresa también.
Dicho eso salió de mi cuarto. Vaya, realmente era algo raro, pero bueno, tal vez decidan darme una segunda oportunidad.

Esa tarde y el día siguiente pasaron rápido, tuve que quedarme en el castigo que me tocaba, pero no hubo ningún "lío" más. Cuando me di cuenta, ya estaba metiendo toda mi ropa en la maleta, como dijo mi madre.
- ¿Has preparado ya todo? - escuché a mi madre decir mientras pasaba por el pasillo.
- Sí, mamá.
- ¿Segura? ¡Que mañana nos tenemos que ir muy temprano!
- Que sí, mamá.
- Vale.
Al poco rato de eso cené, y me fui a la cama, revisando todo una y otra vez estando segura de que no me dejaba nada importante. Veo encima de la mesita de la noche una foto, la foto, en concreto, y la guardo rápido en la maleta. Casi se me iba a olvidar, no sé cuánto tiempo estaré fuera. En realidad, me da igual, el instituto no me preocupa.

A la mañana siguiente saco la maleta pero no veo la de mis padres.
- ¿Y vuestra maleta?
- La ha metido papá ya en el coche. ¿Estás lista?
- Sí, voy a llevar la maleta al coche.
- No, no hace falta, papá la guarda, que pesará mucho.
- Mm... Vale.
Me como una tostada y me bebo un vaso de batido de chocolate y vamos al coche. Cuando llevamos un rato de camino, hablo.
- Bueno, ¿vais a decirme ya dónde vamos?
- No, hasta que no lleguemos no lo sabrás. - dijo mi padre. Iba a protestar, pero no me dejó. - ¡Y no preguntes más! Que no te lo vamos a decir.
- Está bien...
Al rato largo, paran, miro por la ventanilla pero no veo lo que se dice un lugar de "vacaciones". Es en mitad de la carretera, y a la derecha un edificio que ni sé lo que es ni me importa. Pensé que sería una parada de descanso y me quedo sentada. Pero ellos sí bajan. Dan golpecitos en la ventanilla.
- ¿Es que no vas a salir o qué? - preguntó mi madre.
Salgo del coche y veo a mi padre sacando mi maleta. La única maleta que hay en ese coche.
- ¿Qué es esto? ¿Dónde estamos?
- Te presento lo que será tu nuevo instituto y tu nueva casa. "Centro de Educación y Corrección Lady." - irónico el nombre. Fue lo primero y último que pensé. La mente se me quedó bloqueada. Luego estallé.
- Es una broma, ¿no? - pero no hubo respuesta. - ¡Me habéis engañado para traerme aquí! Y yo pensaba que me ibais a dar una segunda oportunidad... Qué estúpida soy.
Se hace un silencio. Hago ademán de ir al coche.
- Ni se te ocurra montarte, te quedas aquí. - y ellos comienzan a andar hacia el coche.
- ¡No podéis hacer esto! ¡No me lo merezco! - se me empezó a formar un nudo en la garganta. Cerraron las puertas del coche y arrancaron. Me habían abandonado allí, como un perro al que no quieren. Estaba claro que de las dos ella era la favorita, pero tampoco pensé nunca, jamás... ¡Nunca pensé que llegarían a este punto! Me han dejado sola, y yo no pienso entrar ahí. Ahí hay gente muy, muy, pero que muy.... No, no. Bueno, al menos ya veo lo que le importo realmente a mis padres. De repente comencé a llorar. No sabía que hacer, no sabía a dónde ir, no sabía dónde estaba... Me senté en el suelo, llorando. No pasaba ningún coche, nadie, ni un alma, ninguna persona para preguntarle dónde estaba. Me habían hecho una encerrona y me habían dejado sola... Saco el móvil para ver la hora, y entonces se me ocurre. Busco el número y lo marco. Es mi última esperanza, o eso, o nada. Espero que lo coja, por favor, por favor.
- Venga vamos... Cógelo por favor... - dije para mí misma entre los sollozos.
- ¿Sí? - dicen a la otra línea. No sabía qué decir, qué contar, cómo hablar. Se me cortó la voz, el nudo en la garganta no me permitía hablar. Noté con lo poco que se oía como se alejaba del teléfono para ver quién era. - ¿Miranda? - sollocé. Mierda. - ¿Qué te pasa? ¿Por qué lloras? ¿Qué ha pasado? - en cuanto me escuchó empezó a preocuparse mucho, bastante. Respiro hondo, y me preparo para hablar.
- Ben... Necesito que me ayudes, por favor.

jueves, 6 de septiembre de 2012

Capítulo 2.

Abro la puerta de mi casa. Y la cierro cabreada. Nada más entrar veo una notita que han dejado mis padres diciendo que volverían más tarde de trabajar. Genial, quería estar sola. Menos mal que al final el maldito castigo de la maestra no se alargó mucho. Primero cuando llegué a la biblioteca me dijo a mí y a los pocos más que había que en el isntituto había unas normas y que teníamos que respetarlas, que si esto que si lo otro. Lo mismo de siempre. Y después de eso, nos dejó ayudando a la bibliotecaria de allí ordenando los libros colocando bien las sillas y eso. Como no tenía ganas de hacerme de comer, encargué una pizza por teléfono. Mientras no venía, decidí darme una ducha, la necesitaba, necesitaba relajarme. Me sequé el pelo y me puse algo más cómodo para estar en casa. Al poco rato, llegó el pizzero. Y menos mal, porque realmente estaba muerta de hambre. Terminé de comer, tiré el cartón a la basura y me fui a mi habitación, pero de camino a la mía, pasé por la de ella. Estaba intacta, tal y como la dejó ella. Y todo por una estupidez... Yo había perdido las esperanzas, bueno, en el fondo fondo fondo, tenía un poco, pero como si no tuviera. Empecé a ponerme nerviosa y decidí salir a dar una vuelta para despejarme. Cogí El diario de Noah, el libro que me estaba leyendo, las llaves, el móvil, y me fui. Caminé hasta que llegué a el pequeño parque donde iba siempre a leer. Normalmente, cuando no estaban mis padres, aprovechaba para estar fuera de casa. Odio ese lugar, me trae muy malos recuerdos. Y en concreto ese parque me gusta, porque no hay esos carteles de "Desaparecida" que tanto veo, ni había mucha gente de mi edad para molestarme y, además, había un árbol, y siempre me recostaba a la sombra de éste a leer, se estaba muy a gusto. Abrí el libro por donde tenía el separador y comencé a leer, con la risa de los niños pequeños de fondo jugando. Estaba tan tranquila leyendo cuando de repente vi una sombra aparte de la del árbol que me tapaba para ver bien el libro.
- Mm... - dijo, un chico. - ¿El Diario de Noah?
- Sí. - me giré para verle y levanté la cabeza, o era alto o era a parte porque yo estaba sentada en el césped. - ¿Cómo lo sabes?
- Me he leído ese libro unas diez veces al menos. Adoro esa historia.
- Ya, pues yo es la primera vez que me lo estoy leyendo.
- ¿Y te está gustando?
- Por ahora sí, pero llevo muy poco. - me daba todo el sol en la cara y aún no podía verle bien. Creí que se iba pero lo que hizo fue rodear el árbol y sentarse al lado mía.
- Te gustará. - dijo, cuando le miré, con una gran sonrisa. Ojos ni verdes ni azules, era una mezcla, bonita. Cabello castaño claro, y ni rizado ni liso del todo. - Soy Ben. - dijo tendiendo su mano.
- Miranda. - le di la mano. - Pero me gusta que me digan Mir.
- ¿Por qué? ¿No te gusta Miranda?
- Sí, en realidad el nombre me encanta, pero la gente que tiene confianza conmigo - poca gente. - me dice Mir, supongo que porque es más corto.
- Pues a mí me gusta Miranda.
- Está bien. - reí.
- Y... ¿Cómo has acabado en un parque de niños pequeños leyendo este libro?
- El libro es porque me estoy leyendo este, si me estuviese leyendo otro, estaría con otro, el libro es lo de menos. He acabado en el parque porque me gusta este sitio para leer.
- ¿Con las risas y los gritos de los niños pequeños?
- Sí, me relaja. - me miró con cara rara. - En serio. Además, me gusta la sombra de este árbol. Vengo siempre que puedo. Cuando estoy sola en mi casa.
- ¿Y no es mejor quedarte en tu casa sin ruido para leer?
- No puedo leer en silencio absoluto. No me deja concentrarme.
- ¿Y por qué cuando estás sola en casa?
- ¿Esto es un interrogatorio? - dije yo a la defensiva.
- No, bueno, no sé. Es que me pareces... interesante, por describirte de alguna forma. - en ese instante parecía que estaba hablando como si fuese una rata de esas de los ojos rojos que están en el laboratorio.
- ¿Te parezco interesante? Me siento como si fuese un experimento. - dije riéndome.
- No lo eres. - dijo él, riéndose también. - Es solo que, tu forma de hacer una cosa tan simple como leer, que la gente normal hace en un sitio en silencio, y tú haces todo lo contrario. Te gusta leer con gritos y risas de fondo. Yo así no me concentraría.
- ¿Lo has intentado alguna vez?
- No.
- Entonces, si no lo pruebas, no puedes hablar.
- Ahí tienes razón. - dijo, sonriendo. - Un punto a tu favor. - sonreí. - Aún no has contestado mi pregunta.
- ¿Qué pregunta?
- Que por qué vienes aquí solo cuando estás sola en casa. - ¿de verdad le importaba?
- ¿En serio te importa?
- Sí, ¿te molesta esa pregunta? - me lo tuve que pensar.
- No.
- ¿Entonces? - me quedé callada. - Tic tac, tic tac.
- Mis padres casi no me dejan salir a ningún lado. - dije, finalmente. - Solo para ir al instituto y ya, para nada más. Ni a la biblioteca, ni a dar un paseo sola o con alguien, ni a casa de nadie.
- Vaya... - se quedó pensando. - ... mierda, ¿no? - asentí. - ¿Cuántos años tienes?
- Quince.
- ¿Qué pasa, son muy protectores o qué?
- Mm... - ¿muy protectores? Tenía una teoría, pero no era esa. - No, yo creo que es más bien, una especie de "castigo permanente".
-¿Cómo que crees?
- Eso. No fue una razón exacta. Simplemente de un día para otro, me dijeron eso.
- ¿Y tienes sospechas de a qué se debe el "castigo permanente"? - pensé. Pero negué con la cabeza. - Pues vaya rollo.
- Sí, pero bueno, no soy de esas que tiene un montón de amigas ni una mejor amiga inseparable y todo eso. Yo soy más bien, por mi cuenta.
- ¿Y eso por qué?
- La gente que conozco es... por decirlo de alguna forma... Casi todos son gilipollas. - se rió por mi forma de decirlo. - Y la verdad, es que pienso que mejor sola que mal acompañada.
- Touché. - se quedó callado. - ¿Algún día te rebelarás contra tus padres?
- No sé... ¿quién sabe? - miré la hora. Pronto llegarían mis padres, debería volver a casa. - Mierda, van a llegar mis padres. Tengo que volver a casa. - me levanté rápido. Pero antes se me pasó una pregunta por la mente. - ¿Y tú?
- ¿Yo qué?
- ¿Cómo es que has acabado aquí? - sonrió.
- ¿Ves a aquella niña con las dos trenzas y el pelo más o menos como yo? - asentí. - Es mi hermana pequeña. Tiene siete años.
- ¿Cuántos tienes tú?
- Dieciséis.
- Bueno, ¿y tú sueles venir mucho al parque?
- Depende, si se le antoja a mi hermana venir la acompaño para que no vaya sola, ya sabes, me da miedo que le pase algo.
- Sí, te entiendo... - Le entendía. Solo que yo me di cuenta tarde del error que cometí y de no preocuparme lo suficiente. - Tengo que irme.
- ¿Quieres que te acompañe? - preguntó.
- Está bien. - dije sonriendo.
- ¡Clara! - le dijo a la hermana. - ¡Nos vamos!
- ¿Ya? - escuché a la niña quejándose a su hermano.
- Sí, otro día venimos más rato.
La niña vino corriendo hasta nosotros.
- ¿Quién es, Ben? - preguntó por mí.
- Se llama Miranda.
- Yo soy Clara. - me dijo.
- Encantada, guapa.
Por el camino, más que nada iba hablando ella. Contándonos que había conocido a una niña en el parque y que se había hecho su amiga, y también que ahora jugaría con sus muñecas en su cuarto, que tenía muchas y que cada una tenía su ropa y otro conjunto. Pero por el camino, Clara vio uno de los tantos carteles que había de "Desaparecida". Yo misma lo había colocado ahí.
- ¿Qué significa desaparecida, Ben? - le preguntó la niña con inocencia.
- Significa que se ha perdido.
- ¿Y por qué ponen carteles con su foto?
- Por si alguien la ve, llama a ese número para encontrarla.
- ¿Y la niña está sola? ¿No está con su papá y su mamá? - me entristeció. Una niña tan pequeña hablando de eso.
- Sí... Pero la están buscando, seguro que la encuentran. - respondió él.
- ¿Por eso tú vas siempre conmigo? ¿Para no perderme?
- Exacto. - contestó él sonriendo.
Al poco de allí llegamos a mi portal. Vivía en un piso, ni grande ni pequeño. No vi el coche de mis padres, por lo que me tranquilicé.
- Llegamos. - dije al llegar al portal. - Gracias por acompañarme.
- De nada. - contestó Ben.
- Voy a ir subiendo antes de que lleguen mis padres. Adiós, interrogador. - me dirigí a Ben, y a continuación, a su hermana. - Adiós, Clara. Otro día me cuentas más cosas sobre tus muñecas.
- ¡Vale! - contestó ella feliz.
- ¿Así que va a haber otro día? - preguntó Ben.
- No sé, no sé... - y dicho esto abrí la puerta del portal con las llaves, pero cuando iba a cerrarla alguien la aguantó y me giré.
- Pues, por si acaso lo hay, necesitaré tu número, ¿no? - reí, y le dí el número de mi móvil. - Así mejor. - dijo él, con una sonrisa plena en la cara, victorioso.
- Pero que consté que si hay otro día, me dejarás a mí también preguntar. - se rió.
- Trato hecho.
- ¡Adiós! - dije, cerrando definitivamente la puerta del portal. Subí al primero, y abrí la puerta. Al cerrarla me fui a mi cuarto y me puse el pijama, para no dar "sospechas" a mis padres. Me puse un rato la radio para escuchar música cuando sonó mi móvil. Un mensaje.
Pero yo también preguntaré. Sigues pareciéndome interesante. Esperaré el "día" para volverte a ver.

sábado, 18 de agosto de 2012

Capítulo 1.

Llegué al instituto, entré en la clase y me senté, en el mismo sitio de siempre. La gente fue entrando y la clase empezó. Yo estaba como siempre, ausente, pensando en lo mismo, volviéndome loca yo sola. Me trastornaba sola, y para colmo, mis padres me lo siguen echando en cara. "...no me dejáis quedar con una amiga a ir a su casa o algo..." En realidad, no sé con quién iba a quedar. Desde que pasó eso, no he dejado ni querido que nada ni nadie se acercase a mí. Eso pasó ya hace un año, y desde entonces, nos mudamos de ciudad y tuve que empezar de cero. Sola. Y es que me trastorno, porque todo fue por mi culpa, por mis tonterías, ahora tengo que pagar las consecuencias toda mi vida, fue mi culpa, me lo dijeron mis padres. Por mucho que yo quiera pensar que no, sí, sí que lo fue.
- ¿Miranda? - dijo la maestra. - ¿Estás atendiendo?
- Sí.
- Repite la última frase que he dicho. - me quedo callada. - Atendiendo, ¿no? - agacho la cabeza. - Esta tarde se quedará aquí castigada, ayudando a la de la biblioteca y a las de la limpieza. - abrí la boca para protestar pero me interrumpió. - ¡Y no hay más que hablar!
Al rato de eso toca el timbre. Y así pasan las horas, hasta que toca el timbre de las tres. Algunos se van, otros se quedan en el comedor, yo una de ellos. Cojo la bandeja, me sirvo de la porquería que hay siempre, y me siento en la mesa. Termino de comer cuando choco con alguien y me caigo al suelo,  y el resto de comida me cae encima. Levanto la cara y veo quién es. Mierda.
- ¡Podrías mirar un poco por dónde vas! - dije enfadada.
- ¡Y tú también! ¡La culpa es tuya, que vas embobada y no estás atenta a nada, solo pensando en ti y en tus tonterías! - sabía que eso iba con segundas.
- ¿¡Qué has dicho!?
- ¡Que siempre estás pensando en ti y no en los demás, y al final pasa lo que pasa por tu egoísmo!
Le di un guantazo. No iba a dejar que él me dijera eso. Diego siempre que me hablaba era para echarme eso en cara, y si el tema no tenía nada que ver, se las apañaba para que sí tuviese que ver. En el fondo lo entiendo, sé que le dolió, pero lo que él no se imagina es que a mí me dolió más todavía, pero no lo aparento. Prefiero estar así, sola, sin nadie "compadeciéndose" de mí. Y si para eso tiene que parecer que nada de lo que pasó me importó, que así sea.
- ¿Qué pasa? ¡Me pegas un guantazo porque sabes que tengo toda la razón, ¿no es cierto?!
- Cállate ya, Diego.
- ¿Por qué? ¡Me da igual lo que digas o lo que hagas! Ahora paga las consecuencias por lo que hiciste, egoísta.
Otro guantazo, este más fuerte y otro más después. Justo cuando él iba a devolvérmelo, llegó la maestra de guardia, que por desgracia, hoy le tocaba a la que me castigó.
- ¡Quietos! Vaya, Miranda, así que ya no solo no atiendes, si no que ahora también te metes en peleas... Esta tarde estabas castigada ya, ¿cierto?
- Sí.- dije susurrando.
- Pues mañana también te quedarás. - miró a Diego. - Y tú, a lo tuyo. Ya veré si te castigo también después.
Cuando se fue, le dediqué una última mirada a él y me fui al cuarto de baño. Me encerré y comencé a llorar, recordando las veces allí con ella.
- ¿Qué estás haciendo? - dijo, como siempre, metiéndose en mis cosas. - Eso no será un cigarro, ¿verdad?
- ¿Acaso te importa que me fume un cigarro? Además, solo lo estoy probando.
- Eres demasiado pequeña para eso, y es malo para la salud.
- Y tú eres muy mayor, ¿no?
- Más madura que tú soy. - me quitó el cigarro de las manos y lo apagó.
- Que pesada eres.
Y lloro. Lloro porque Diego tiene razón, fui egoísta, pero yo no quería que pasara esto, solo quería que dejara de meterse en mi vida y que me dejara tranquila. Si llego a saber que esto pasaría... Pero ya no hay marcha atrás, tendré que acostumbrarme a estar así.
Salgo del cuarto de baño y voy a la biblioteca, donde estaría la maestra para decirme "mi castigo".

sábado, 7 de enero de 2012

Prólogo.

- ¡Miranda! ¡Levántate o llegarás tarde al instituto!
Mi madre llamándome gritando, como siempre. Debería acostarme más temprano. Siempre digo lo mismo, y luego nunca lo llevo a cabo. Abren la puerta de mi cuarto.
- ¡Miranda! ¡Levántate ya o te tiro un cubo de agua encima!
- Ya voy... - dije bostezando.
Me quedé un rato pensando, cuando el cuerpo se me congeló entero. Sí, me había echado un cubo de agua.
- ¡Mamá! ¿¡Qué haces!?
- Levántate, o llegarás tarde. - me quedo quieta. - No me hagas echarte otro cubo de agua porque sabes que te lo echaré.
Entonces me levanto de mi cama y cojo la ropa para hoy. Me visto rápido y me voy sin desayunar, ya que voy tarde y no tengo hambre.
- ¿No desayunas? - pregunta mi padre. Leyendo el periódico como siempre. Todos los días igual, siempre la misma rutina. Y, siempre, hablándome con ese tono de asco.
- No tengo hambre.
- No te vas a ir sin desayunar, es la comida más importante del día. - dijo mi madre con tono seco.
- No tengo hambre, mamá.
- Pues si comer no te vas.
Me giro y voy a la puerta. Hago ademán de abrirla, pero al girar el picaporte, mi madre me coge el brazo y lo quita de la puerta, haciendo que se cerrase.
- ¡He dicho que no te vas a ir sin desayunar!
- ¿¡Quieres dejarme tranquila!? ¡No tengo hambre y punto!
- ¡No me contestes y vas a hacer lo que yo te diga! ¡Siéntate a desayunar!
- ¡Que no quiero mamá!
- Miranda, hazle caso a mamá... - dijo mi padre al fondo.
- ¿¡Queréis dejarme hacer lo que yo quiera!?
- ¿¡Lo que tú quieras!? ¡Tienes quince años, Miranda! ¿¡Qué pretendes!?
- ¡Que me dejéis en paz y que confiéis en mí! - las discusiones en casa siempre eran igual. Empezaban por una tontería y siempre acabábamos hablando de lo mismo. - ¡No me dejáis salir, no me dejáis quedar con una amiga a ir a su casa o algo, no me dejáis ni si quiera ir a la biblioteca a hacer tarea!
- ¿¡Cómo quieres que confiemos en ti después de lo que hiciste!?
Eso fue un golpe bajo. Como todos los que hacía mi madre. Me pongo nerviosa, pero no quiero hacerle nada a mi madre. Noto como los ojos se me ponen llorosos. Me deshago del brazo de mi madre, que aún estaba sujetando el mío, abro la puerta rápido y cierro con un portazo al salir. Pero después de bajar el primer tramo de escaleras, se abre de nuevo.
- ¡Ven aquí ahora mismo! ¿¡Te crees que puedes irte tan fácilmente!? - dice mi madre histérica, como siempre últimamente. Pero yo sigo andando, bajando las escaleras. Sin escucharla. Al final salgo del portal, y me dirijo al instituto andando. Saco el móvil y los auriculares de mi mochila y me pongo a escuchar música. Y mientras tanto voy pensando, pensando en lo mismo que pienso siempre.
Lo que hice fue por mi culpa pero, ¿por qué creen que lo hice queriendo? ¿Y por qué me lo van a echar en cara toda mi vida? Ya tengo suficiente con mi remordimiento.