Pero yo también te preguntaré. Sigues pareciéndome interesante. Esperaré el "día" para volverte a ver.
Me quedaba mirando un rato el móvil leyendo el mensaje de vez en cuando. Y me salia una sonrisa tonta. No sé por qué, pero me hizo ilusión. Se podría decir que... ¿un amigo nuevo? Guau, eso era nuevo en mi vida desde que pasó lo que pasó. Y tenía ganas de quedar con él, preguntarle yo igual que él hizo conmigo, me sentí realmente como un experimento. Sigues pareciéndome interesante. Y ahora yo me quedé con la duda de saber cómo era él. Bueno, otro día que pase como hoy, que será muchas veces, le llamaré. Al rato de eso escuché la puerta abierta, yo estaba en mi cuarto con la puerta cerrada escuchando música y haciendo algún que otro ejercicio. Al poco tiempo de escuchar la puerta cerrarse, escuché abrirse la de mi cuarto.
- Cariño. - dijo mi madre. ¿Cariño? ¿Desde cuando me llama así?
- ¿Te pasa algo? - contesté yo. Su cara se puso un poco confusa.
- ¿Por qué lo dices hija?
- Me has dicho cariño. Ya nunca me dices eso.
- Es que tengo una buena noticia que darte.
- ¿Cuál?
- Nos vamos de viaje este fin de semana. - dijo con una sonrisa en la cara.
- ¿De viaje? - dije yo.
- Sí, los tres, juntos. Así que mañana por la noche tienes que hacer la maleta, y llévate toda la ropa que tengas.
- ¿Por qué? ¿Cuánto tiempo nos vamos?
- Eso es sorpresa, tú llévate toda la ropa y ya está.
- Ah... Bueno, vale. ¿Y a dónde vamos?
- Sorpresa también.
Dicho eso salió de mi cuarto. Vaya, realmente era algo raro, pero bueno, tal vez decidan darme una segunda oportunidad.
Esa tarde y el día siguiente pasaron rápido, tuve que quedarme en el castigo que me tocaba, pero no hubo ningún "lío" más. Cuando me di cuenta, ya estaba metiendo toda mi ropa en la maleta, como dijo mi madre.
- ¿Has preparado ya todo? - escuché a mi madre decir mientras pasaba por el pasillo.
- Sí, mamá.
- ¿Segura? ¡Que mañana nos tenemos que ir muy temprano!
- Que sí, mamá.
- Vale.
Al poco rato de eso cené, y me fui a la cama, revisando todo una y otra vez estando segura de que no me dejaba nada importante. Veo encima de la mesita de la noche una foto, la foto, en concreto, y la guardo rápido en la maleta. Casi se me iba a olvidar, no sé cuánto tiempo estaré fuera. En realidad, me da igual, el instituto no me preocupa.
A la mañana siguiente saco la maleta pero no veo la de mis padres.
- ¿Y vuestra maleta?
- La ha metido papá ya en el coche. ¿Estás lista?
- Sí, voy a llevar la maleta al coche.
- No, no hace falta, papá la guarda, que pesará mucho.
- Mm... Vale.
Me como una tostada y me bebo un vaso de batido de chocolate y vamos al coche. Cuando llevamos un rato de camino, hablo.
- Bueno, ¿vais a decirme ya dónde vamos?
- No, hasta que no lleguemos no lo sabrás. - dijo mi padre. Iba a protestar, pero no me dejó. - ¡Y no preguntes más! Que no te lo vamos a decir.
- Está bien...
Al rato largo, paran, miro por la ventanilla pero no veo lo que se dice un lugar de "vacaciones". Es en mitad de la carretera, y a la derecha un edificio que ni sé lo que es ni me importa. Pensé que sería una parada de descanso y me quedo sentada. Pero ellos sí bajan. Dan golpecitos en la ventanilla.
- ¿Es que no vas a salir o qué? - preguntó mi madre.
Salgo del coche y veo a mi padre sacando mi maleta. La única maleta que hay en ese coche.
- ¿Qué es esto? ¿Dónde estamos?
- Te presento lo que será tu nuevo instituto y tu nueva casa. "Centro de Educación y Corrección Lady." - irónico el nombre. Fue lo primero y último que pensé. La mente se me quedó bloqueada. Luego estallé.
- Es una broma, ¿no? - pero no hubo respuesta. - ¡Me habéis engañado para traerme aquí! Y yo pensaba que me ibais a dar una segunda oportunidad... Qué estúpida soy.
Se hace un silencio. Hago ademán de ir al coche.
- Ni se te ocurra montarte, te quedas aquí. - y ellos comienzan a andar hacia el coche.
- ¡No podéis hacer esto! ¡No me lo merezco! - se me empezó a formar un nudo en la garganta. Cerraron las puertas del coche y arrancaron. Me habían abandonado allí, como un perro al que no quieren. Estaba claro que de las dos ella era la favorita, pero tampoco pensé nunca, jamás... ¡Nunca pensé que llegarían a este punto! Me han dejado sola, y yo no pienso entrar ahí. Ahí hay gente muy, muy, pero que muy.... No, no. Bueno, al menos ya veo lo que le importo realmente a mis padres. De repente comencé a llorar. No sabía que hacer, no sabía a dónde ir, no sabía dónde estaba... Me senté en el suelo, llorando. No pasaba ningún coche, nadie, ni un alma, ninguna persona para preguntarle dónde estaba. Me habían hecho una encerrona y me habían dejado sola... Saco el móvil para ver la hora, y entonces se me ocurre. Busco el número y lo marco. Es mi última esperanza, o eso, o nada. Espero que lo coja, por favor, por favor.
- Venga vamos... Cógelo por favor... - dije para mí misma entre los sollozos.
- ¿Sí? - dicen a la otra línea. No sabía qué decir, qué contar, cómo hablar. Se me cortó la voz, el nudo en la garganta no me permitía hablar. Noté con lo poco que se oía como se alejaba del teléfono para ver quién era. - ¿Miranda? - sollocé. Mierda. - ¿Qué te pasa? ¿Por qué lloras? ¿Qué ha pasado? - en cuanto me escuchó empezó a preocuparse mucho, bastante. Respiro hondo, y me preparo para hablar.
- Ben... Necesito que me ayudes, por favor.
viernes, 21 de septiembre de 2012
jueves, 6 de septiembre de 2012
Capítulo 2.
Abro la puerta de mi casa. Y la cierro cabreada. Nada más entrar veo una notita que han dejado mis padres diciendo que volverían más tarde de trabajar. Genial, quería estar sola. Menos mal que al final el maldito castigo de la maestra no se alargó mucho. Primero cuando llegué a la biblioteca me dijo a mí y a los pocos más que había que en el isntituto había unas normas y que teníamos que respetarlas, que si esto que si lo otro. Lo mismo de siempre. Y después de eso, nos dejó ayudando a la bibliotecaria de allí ordenando los libros colocando bien las sillas y eso. Como no tenía ganas de hacerme de comer, encargué una pizza por teléfono. Mientras no venía, decidí darme una ducha, la necesitaba, necesitaba relajarme. Me sequé el pelo y me puse algo más cómodo para estar en casa. Al poco rato, llegó el pizzero. Y menos mal, porque realmente estaba muerta de hambre. Terminé de comer, tiré el cartón a la basura y me fui a mi habitación, pero de camino a la mía, pasé por la de ella. Estaba intacta, tal y como la dejó ella. Y todo por una estupidez... Yo había perdido las esperanzas, bueno, en el fondo fondo fondo, tenía un poco, pero como si no tuviera. Empecé a ponerme nerviosa y decidí salir a dar una vuelta para despejarme. Cogí El diario de Noah, el libro que me estaba leyendo, las llaves, el móvil, y me fui. Caminé hasta que llegué a el pequeño parque donde iba siempre a leer. Normalmente, cuando no estaban mis padres, aprovechaba para estar fuera de casa. Odio ese lugar, me trae muy malos recuerdos. Y en concreto ese parque me gusta, porque no hay esos carteles de "Desaparecida" que tanto veo, ni había mucha gente de mi edad para molestarme y, además, había un árbol, y siempre me recostaba a la sombra de éste a leer, se estaba muy a gusto. Abrí el libro por donde tenía el separador y comencé a leer, con la risa de los niños pequeños de fondo jugando. Estaba tan tranquila leyendo cuando de repente vi una sombra aparte de la del árbol que me tapaba para ver bien el libro.
- Mm... - dijo, un chico. - ¿El Diario de Noah?
- Sí. - me giré para verle y levanté la cabeza, o era alto o era a parte porque yo estaba sentada en el césped. - ¿Cómo lo sabes?
- Me he leído ese libro unas diez veces al menos. Adoro esa historia.
- Ya, pues yo es la primera vez que me lo estoy leyendo.
- ¿Y te está gustando?
- Por ahora sí, pero llevo muy poco. - me daba todo el sol en la cara y aún no podía verle bien. Creí que se iba pero lo que hizo fue rodear el árbol y sentarse al lado mía.
- Te gustará. - dijo, cuando le miré, con una gran sonrisa. Ojos ni verdes ni azules, era una mezcla, bonita. Cabello castaño claro, y ni rizado ni liso del todo. - Soy Ben. - dijo tendiendo su mano.
- Miranda. - le di la mano. - Pero me gusta que me digan Mir.
- ¿Por qué? ¿No te gusta Miranda?
- Sí, en realidad el nombre me encanta, pero la gente que tiene confianza conmigo - poca gente. - me dice Mir, supongo que porque es más corto.
- Pues a mí me gusta Miranda.
- Está bien. - reí.
- Y... ¿Cómo has acabado en un parque de niños pequeños leyendo este libro?
- El libro es porque me estoy leyendo este, si me estuviese leyendo otro, estaría con otro, el libro es lo de menos. He acabado en el parque porque me gusta este sitio para leer.
- ¿Con las risas y los gritos de los niños pequeños?
- Sí, me relaja. - me miró con cara rara. - En serio. Además, me gusta la sombra de este árbol. Vengo siempre que puedo. Cuando estoy sola en mi casa.
- ¿Y no es mejor quedarte en tu casa sin ruido para leer?
- No puedo leer en silencio absoluto. No me deja concentrarme.
- ¿Y por qué cuando estás sola en casa?
- ¿Esto es un interrogatorio? - dije yo a la defensiva.
- No, bueno, no sé. Es que me pareces... interesante, por describirte de alguna forma. - en ese instante parecía que estaba hablando como si fuese una rata de esas de los ojos rojos que están en el laboratorio.
- ¿Te parezco interesante? Me siento como si fuese un experimento. - dije riéndome.
- No lo eres. - dijo él, riéndose también. - Es solo que, tu forma de hacer una cosa tan simple como leer, que la gente normal hace en un sitio en silencio, y tú haces todo lo contrario. Te gusta leer con gritos y risas de fondo. Yo así no me concentraría.
- ¿Lo has intentado alguna vez?
- No.
- Entonces, si no lo pruebas, no puedes hablar.
- Ahí tienes razón. - dijo, sonriendo. - Un punto a tu favor. - sonreí. - Aún no has contestado mi pregunta.
- ¿Qué pregunta?
- Que por qué vienes aquí solo cuando estás sola en casa. - ¿de verdad le importaba?
- ¿En serio te importa?
- Sí, ¿te molesta esa pregunta? - me lo tuve que pensar.
- No.
- ¿Entonces? - me quedé callada. - Tic tac, tic tac.
- Mis padres casi no me dejan salir a ningún lado. - dije, finalmente. - Solo para ir al instituto y ya, para nada más. Ni a la biblioteca, ni a dar un paseo sola o con alguien, ni a casa de nadie.
- Vaya... - se quedó pensando. - ... mierda, ¿no? - asentí. - ¿Cuántos años tienes?
- Quince.
- ¿Qué pasa, son muy protectores o qué?
- Mm... - ¿muy protectores? Tenía una teoría, pero no era esa. - No, yo creo que es más bien, una especie de "castigo permanente".
-¿Cómo que crees?
- Eso. No fue una razón exacta. Simplemente de un día para otro, me dijeron eso.
- ¿Y tienes sospechas de a qué se debe el "castigo permanente"? - sí pensé. Pero negué con la cabeza. - Pues vaya rollo.
- Sí, pero bueno, no soy de esas que tiene un montón de amigas ni una mejor amiga inseparable y todo eso. Yo soy más bien, por mi cuenta.
- ¿Y eso por qué?
- La gente que conozco es... por decirlo de alguna forma... Casi todos son gilipollas. - se rió por mi forma de decirlo. - Y la verdad, es que pienso que mejor sola que mal acompañada.
- Touché. - se quedó callado. - ¿Algún día te rebelarás contra tus padres?
- No sé... ¿quién sabe? - miré la hora. Pronto llegarían mis padres, debería volver a casa. - Mierda, van a llegar mis padres. Tengo que volver a casa. - me levanté rápido. Pero antes se me pasó una pregunta por la mente. - ¿Y tú?
- ¿Yo qué?
- ¿Cómo es que has acabado aquí? - sonrió.
- ¿Ves a aquella niña con las dos trenzas y el pelo más o menos como yo? - asentí. - Es mi hermana pequeña. Tiene siete años.
- ¿Cuántos tienes tú?
- Dieciséis.
- Bueno, ¿y tú sueles venir mucho al parque?
- Depende, si se le antoja a mi hermana venir la acompaño para que no vaya sola, ya sabes, me da miedo que le pase algo.
- Sí, te entiendo... - Le entendía. Solo que yo me di cuenta tarde del error que cometí y de no preocuparme lo suficiente. - Tengo que irme.
- ¿Quieres que te acompañe? - preguntó.
- Está bien. - dije sonriendo.
- ¡Clara! - le dijo a la hermana. - ¡Nos vamos!
- ¿Ya? - escuché a la niña quejándose a su hermano.
- Sí, otro día venimos más rato.
La niña vino corriendo hasta nosotros.
- ¿Quién es, Ben? - preguntó por mí.
- Se llama Miranda.
- Yo soy Clara. - me dijo.
- Encantada, guapa.
Por el camino, más que nada iba hablando ella. Contándonos que había conocido a una niña en el parque y que se había hecho su amiga, y también que ahora jugaría con sus muñecas en su cuarto, que tenía muchas y que cada una tenía su ropa y otro conjunto. Pero por el camino, Clara vio uno de los tantos carteles que había de "Desaparecida". Yo misma lo había colocado ahí.
- ¿Qué significa desaparecida, Ben? - le preguntó la niña con inocencia.
- Significa que se ha perdido.
- ¿Y por qué ponen carteles con su foto?
- Por si alguien la ve, llama a ese número para encontrarla.
- ¿Y la niña está sola? ¿No está con su papá y su mamá? - me entristeció. Una niña tan pequeña hablando de eso.
- Sí... Pero la están buscando, seguro que la encuentran. - respondió él.
- ¿Por eso tú vas siempre conmigo? ¿Para no perderme?
- Exacto. - contestó él sonriendo.
Al poco de allí llegamos a mi portal. Vivía en un piso, ni grande ni pequeño. No vi el coche de mis padres, por lo que me tranquilicé.
- Llegamos. - dije al llegar al portal. - Gracias por acompañarme.
- De nada. - contestó Ben.
- Voy a ir subiendo antes de que lleguen mis padres. Adiós, interrogador. - me dirigí a Ben, y a continuación, a su hermana. - Adiós, Clara. Otro día me cuentas más cosas sobre tus muñecas.
- ¡Vale! - contestó ella feliz.
- ¿Así que va a haber otro día? - preguntó Ben.
- No sé, no sé... - y dicho esto abrí la puerta del portal con las llaves, pero cuando iba a cerrarla alguien la aguantó y me giré.
- Pues, por si acaso lo hay, necesitaré tu número, ¿no? - reí, y le dí el número de mi móvil. - Así mejor. - dijo él, con una sonrisa plena en la cara, victorioso.
- Pero que consté que si hay otro día, me dejarás a mí también preguntar. - se rió.
- Trato hecho.
- ¡Adiós! - dije, cerrando definitivamente la puerta del portal. Subí al primero, y abrí la puerta. Al cerrarla me fui a mi cuarto y me puse el pijama, para no dar "sospechas" a mis padres. Me puse un rato la radio para escuchar música cuando sonó mi móvil. Un mensaje.
Pero yo también preguntaré. Sigues pareciéndome interesante. Esperaré el "día" para volverte a ver.
- Mm... - dijo, un chico. - ¿El Diario de Noah?
- Sí. - me giré para verle y levanté la cabeza, o era alto o era a parte porque yo estaba sentada en el césped. - ¿Cómo lo sabes?
- Me he leído ese libro unas diez veces al menos. Adoro esa historia.
- Ya, pues yo es la primera vez que me lo estoy leyendo.
- ¿Y te está gustando?
- Por ahora sí, pero llevo muy poco. - me daba todo el sol en la cara y aún no podía verle bien. Creí que se iba pero lo que hizo fue rodear el árbol y sentarse al lado mía.
- Te gustará. - dijo, cuando le miré, con una gran sonrisa. Ojos ni verdes ni azules, era una mezcla, bonita. Cabello castaño claro, y ni rizado ni liso del todo. - Soy Ben. - dijo tendiendo su mano.
- Miranda. - le di la mano. - Pero me gusta que me digan Mir.
- ¿Por qué? ¿No te gusta Miranda?
- Sí, en realidad el nombre me encanta, pero la gente que tiene confianza conmigo - poca gente. - me dice Mir, supongo que porque es más corto.
- Pues a mí me gusta Miranda.
- Está bien. - reí.
- Y... ¿Cómo has acabado en un parque de niños pequeños leyendo este libro?
- El libro es porque me estoy leyendo este, si me estuviese leyendo otro, estaría con otro, el libro es lo de menos. He acabado en el parque porque me gusta este sitio para leer.
- ¿Con las risas y los gritos de los niños pequeños?
- Sí, me relaja. - me miró con cara rara. - En serio. Además, me gusta la sombra de este árbol. Vengo siempre que puedo. Cuando estoy sola en mi casa.
- ¿Y no es mejor quedarte en tu casa sin ruido para leer?
- No puedo leer en silencio absoluto. No me deja concentrarme.
- ¿Y por qué cuando estás sola en casa?
- ¿Esto es un interrogatorio? - dije yo a la defensiva.
- No, bueno, no sé. Es que me pareces... interesante, por describirte de alguna forma. - en ese instante parecía que estaba hablando como si fuese una rata de esas de los ojos rojos que están en el laboratorio.
- ¿Te parezco interesante? Me siento como si fuese un experimento. - dije riéndome.
- No lo eres. - dijo él, riéndose también. - Es solo que, tu forma de hacer una cosa tan simple como leer, que la gente normal hace en un sitio en silencio, y tú haces todo lo contrario. Te gusta leer con gritos y risas de fondo. Yo así no me concentraría.
- ¿Lo has intentado alguna vez?
- No.
- Entonces, si no lo pruebas, no puedes hablar.
- Ahí tienes razón. - dijo, sonriendo. - Un punto a tu favor. - sonreí. - Aún no has contestado mi pregunta.
- ¿Qué pregunta?
- Que por qué vienes aquí solo cuando estás sola en casa. - ¿de verdad le importaba?
- ¿En serio te importa?
- Sí, ¿te molesta esa pregunta? - me lo tuve que pensar.
- No.
- ¿Entonces? - me quedé callada. - Tic tac, tic tac.
- Mis padres casi no me dejan salir a ningún lado. - dije, finalmente. - Solo para ir al instituto y ya, para nada más. Ni a la biblioteca, ni a dar un paseo sola o con alguien, ni a casa de nadie.
- Vaya... - se quedó pensando. - ... mierda, ¿no? - asentí. - ¿Cuántos años tienes?
- Quince.
- ¿Qué pasa, son muy protectores o qué?
- Mm... - ¿muy protectores? Tenía una teoría, pero no era esa. - No, yo creo que es más bien, una especie de "castigo permanente".
-¿Cómo que crees?
- Eso. No fue una razón exacta. Simplemente de un día para otro, me dijeron eso.
- ¿Y tienes sospechas de a qué se debe el "castigo permanente"? - sí pensé. Pero negué con la cabeza. - Pues vaya rollo.
- Sí, pero bueno, no soy de esas que tiene un montón de amigas ni una mejor amiga inseparable y todo eso. Yo soy más bien, por mi cuenta.
- ¿Y eso por qué?
- La gente que conozco es... por decirlo de alguna forma... Casi todos son gilipollas. - se rió por mi forma de decirlo. - Y la verdad, es que pienso que mejor sola que mal acompañada.
- Touché. - se quedó callado. - ¿Algún día te rebelarás contra tus padres?
- No sé... ¿quién sabe? - miré la hora. Pronto llegarían mis padres, debería volver a casa. - Mierda, van a llegar mis padres. Tengo que volver a casa. - me levanté rápido. Pero antes se me pasó una pregunta por la mente. - ¿Y tú?
- ¿Yo qué?
- ¿Cómo es que has acabado aquí? - sonrió.
- ¿Ves a aquella niña con las dos trenzas y el pelo más o menos como yo? - asentí. - Es mi hermana pequeña. Tiene siete años.
- ¿Cuántos tienes tú?
- Dieciséis.
- Bueno, ¿y tú sueles venir mucho al parque?
- Depende, si se le antoja a mi hermana venir la acompaño para que no vaya sola, ya sabes, me da miedo que le pase algo.
- Sí, te entiendo... - Le entendía. Solo que yo me di cuenta tarde del error que cometí y de no preocuparme lo suficiente. - Tengo que irme.
- ¿Quieres que te acompañe? - preguntó.
- Está bien. - dije sonriendo.
- ¡Clara! - le dijo a la hermana. - ¡Nos vamos!
- ¿Ya? - escuché a la niña quejándose a su hermano.
- Sí, otro día venimos más rato.
La niña vino corriendo hasta nosotros.
- ¿Quién es, Ben? - preguntó por mí.
- Se llama Miranda.
- Yo soy Clara. - me dijo.
- Encantada, guapa.
Por el camino, más que nada iba hablando ella. Contándonos que había conocido a una niña en el parque y que se había hecho su amiga, y también que ahora jugaría con sus muñecas en su cuarto, que tenía muchas y que cada una tenía su ropa y otro conjunto. Pero por el camino, Clara vio uno de los tantos carteles que había de "Desaparecida". Yo misma lo había colocado ahí.
- ¿Qué significa desaparecida, Ben? - le preguntó la niña con inocencia.
- Significa que se ha perdido.
- ¿Y por qué ponen carteles con su foto?
- Por si alguien la ve, llama a ese número para encontrarla.
- ¿Y la niña está sola? ¿No está con su papá y su mamá? - me entristeció. Una niña tan pequeña hablando de eso.
- Sí... Pero la están buscando, seguro que la encuentran. - respondió él.
- ¿Por eso tú vas siempre conmigo? ¿Para no perderme?
- Exacto. - contestó él sonriendo.
Al poco de allí llegamos a mi portal. Vivía en un piso, ni grande ni pequeño. No vi el coche de mis padres, por lo que me tranquilicé.
- Llegamos. - dije al llegar al portal. - Gracias por acompañarme.
- De nada. - contestó Ben.
- Voy a ir subiendo antes de que lleguen mis padres. Adiós, interrogador. - me dirigí a Ben, y a continuación, a su hermana. - Adiós, Clara. Otro día me cuentas más cosas sobre tus muñecas.
- ¡Vale! - contestó ella feliz.
- ¿Así que va a haber otro día? - preguntó Ben.
- No sé, no sé... - y dicho esto abrí la puerta del portal con las llaves, pero cuando iba a cerrarla alguien la aguantó y me giré.
- Pues, por si acaso lo hay, necesitaré tu número, ¿no? - reí, y le dí el número de mi móvil. - Así mejor. - dijo él, con una sonrisa plena en la cara, victorioso.
- Pero que consté que si hay otro día, me dejarás a mí también preguntar. - se rió.
- Trato hecho.
- ¡Adiós! - dije, cerrando definitivamente la puerta del portal. Subí al primero, y abrí la puerta. Al cerrarla me fui a mi cuarto y me puse el pijama, para no dar "sospechas" a mis padres. Me puse un rato la radio para escuchar música cuando sonó mi móvil. Un mensaje.
Pero yo también preguntaré. Sigues pareciéndome interesante. Esperaré el "día" para volverte a ver.
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