Llegué al instituto, entré en la clase y me senté, en el mismo sitio de siempre. La gente fue entrando y la clase empezó. Yo estaba como siempre, ausente, pensando en lo mismo, volviéndome loca yo sola. Me trastornaba sola, y para colmo, mis padres me lo siguen echando en cara. "...no me dejáis quedar con una amiga a ir a su casa o algo..." En realidad, no sé con quién iba a quedar. Desde que pasó eso, no he dejado ni querido que nada ni nadie se acercase a mí. Eso pasó ya hace un año, y desde entonces, nos mudamos de ciudad y tuve que empezar de cero. Sola. Y es que me trastorno, porque todo fue por mi culpa, por mis tonterías, ahora tengo que pagar las consecuencias toda mi vida, fue mi culpa, me lo dijeron mis padres. Por mucho que yo quiera pensar que no, sí, sí que lo fue.
- ¿Miranda? - dijo la maestra. - ¿Estás atendiendo?
- Sí.
- Repite la última frase que he dicho. - me quedo callada. - Atendiendo, ¿no? - agacho la cabeza. - Esta tarde se quedará aquí castigada, ayudando a la de la biblioteca y a las de la limpieza. - abrí la boca para protestar pero me interrumpió. - ¡Y no hay más que hablar!
Al rato de eso toca el timbre. Y así pasan las horas, hasta que toca el timbre de las tres. Algunos se van, otros se quedan en el comedor, yo una de ellos. Cojo la bandeja, me sirvo de la porquería que hay siempre, y me siento en la mesa. Termino de comer cuando choco con alguien y me caigo al suelo, y el resto de comida me cae encima. Levanto la cara y veo quién es. Mierda.
- ¡Podrías mirar un poco por dónde vas! - dije enfadada.
- ¡Y tú también! ¡La culpa es tuya, que vas embobada y no estás atenta a nada, solo pensando en ti y en tus tonterías! - sabía que eso iba con segundas.
- ¿¡Qué has dicho!?
- ¡Que siempre estás pensando en ti y no en los demás, y al final pasa lo que pasa por tu egoísmo!
Le di un guantazo. No iba a dejar que él me dijera eso. Diego siempre que me hablaba era para echarme eso en cara, y si el tema no tenía nada que ver, se las apañaba para que sí tuviese que ver. En el fondo lo entiendo, sé que le dolió, pero lo que él no se imagina es que a mí me dolió más todavía, pero no lo aparento. Prefiero estar así, sola, sin nadie "compadeciéndose" de mí. Y si para eso tiene que parecer que nada de lo que pasó me importó, que así sea.
- ¿Qué pasa? ¡Me pegas un guantazo porque sabes que tengo toda la razón, ¿no es cierto?!
- Cállate ya, Diego.
- ¿Por qué? ¡Me da igual lo que digas o lo que hagas! Ahora paga las consecuencias por lo que hiciste, egoísta.
Otro guantazo, este más fuerte y otro más después. Justo cuando él iba a devolvérmelo, llegó la maestra de guardia, que por desgracia, hoy le tocaba a la que me castigó.
- ¡Quietos! Vaya, Miranda, así que ya no solo no atiendes, si no que ahora también te metes en peleas... Esta tarde estabas castigada ya, ¿cierto?
- Sí.- dije susurrando.
- Pues mañana también te quedarás. - miró a Diego. - Y tú, a lo tuyo. Ya veré si te castigo también después.
Cuando se fue, le dediqué una última mirada a él y me fui al cuarto de baño. Me encerré y comencé a llorar, recordando las veces allí con ella.
- ¿Qué estás haciendo? - dijo, como siempre, metiéndose en mis cosas. - Eso no será un cigarro, ¿verdad?
- ¿Acaso te importa que me fume un cigarro? Además, solo lo estoy probando.
- Eres demasiado pequeña para eso, y es malo para la salud.
- Y tú eres muy mayor, ¿no?
- Más madura que tú soy. - me quitó el cigarro de las manos y lo apagó.
- Que pesada eres.
Y lloro. Lloro porque Diego tiene razón, fui egoísta, pero yo no quería que pasara esto, solo quería que dejara de meterse en mi vida y que me dejara tranquila. Si llego a saber que esto pasaría... Pero ya no hay marcha atrás, tendré que acostumbrarme a estar así.
Salgo del cuarto de baño y voy a la biblioteca, donde estaría la maestra para decirme "mi castigo".